La seguridad alimentaria mundial atraviesa un momento crítico. Con más de 343 millones de personas enfrentando inseguridad alimentaria aguda en 74 países, según el Programa Mundial de Alimentos, es imperativo reforzar las bases de la producción agrícola y las redes de distribución.
Este desafío se agrava por el aumento del hambre crónico, que afecta a cerca de 735 millones de personas en todo el mundo. Frente a este panorama, surge la oportunidad de repensar estrategias y elevar la productividad de los activos agrícolas, garantizando a la sociedad un acceso justo y sostenible a los alimentos.
La combinación de conflictos armados, fenómenos climáticos extremos y choques económicos ha intensificado la inseguridad alimentaria aguda en diversas regiones. A estos factores se suma la inflación de los precios de los alimentos, que en países de ingresos bajos supera el 5 % en más del 76 % de los casos.
Estos detonantes requieren respuestas coordinadas, centradas no solo en la producción, sino también en la protección social y la resiliencia comunitaria.
La demanda mundial impulsa innovaciones orientadas al respeto ambiental y la salud. Casi la mitad de la población global se considera flexitariana, lo que presiona al sector a ofrecer alimentos más nutritivos y de menor impacto.
Además, la agricultura climáticamente inteligente y las cadenas de suministro cortas cobran protagonismo como alternativas viables. En este contexto, fomentar prácticas regenerativas y apoyar a los pequeños productores se convierte en un pilar para garantizar la seguridad alimentaria.
Frente a estas tendencias, el Programa Mundial de Alimentos solicita US$16.900 millones para asistir a 123 millones de personas en 2025. El Banco Mundial, por su parte, estima que sus intervenciones beneficiarán a 296 millones de personas gracias a iniciativas de seguridad alimentaria y nutricional en 90 países.
Para dimensionar el reto, estas cifras por región ilustran la magnitud de la ayuda necesaria:
Numerosos expertos advierten que muchas estrategias actuales se enfocan en la producción a corto plazo y no están preparadas para perturbaciones recurrentes. Para avanzar hacia una agricultura capaz de resistir crisis, es crucial adoptar un enfoque sistémico.
El refuerzo de los activos agrícolas sostenibles no solo aumenta la disponibilidad de alimentos, sino que también genera oportunidades económicas locales y ayuda a construir comunidades más resilientes.
La magnitud del desafío exige la colaboración de gobiernos, organizaciones internacionales, sector privado y sociedad civil. Cada actor tiene un rol: desde financiamiento e innovación tecnológica hasta capacitación y fortalecimiento de capacidades locales.
Proyectos de agricultura climáticamente inteligente, apoyo a cooperativas de productores y esquemas de microcrédito son ejemplos de iniciativas que pueden escalar resultados positivos. Asimismo, el intercambio de conocimientos y la adopción de tecnologías digitales facilitan la toma de decisiones y la gestión eficiente de recursos.
En última instancia, construir la resiliencia a largo plazo de los sistemas agroalimentarios es un compromiso compartido. Con voluntad política, inversión estratégica y participación ciudadana, es posible transformar la crisis alimentaria en una oportunidad para diseñar un futuro más justo y sostenible.
El llamado es claro: actuar ahora, con visión de futuro y atención integral a los activos agrícolas, para asegurar que ninguna persona carezca de acceso a una nutrición adecuada. Así, podremos garantizar el derecho a la alimentación y construir sociedades más equitativas y prósperas.
Referencias