Los mercados agrícolas globales atraviesan un momento sin precedentes: mientras los consumidores y los gobiernos buscan asegurar suministros, la producción mundial de cereales alcanzará un récord en 2025/26, según las proyecciones oficiales. Este boom productivo responde a una coyuntura compleja, marcada por fenómenos climáticos extremos, ajustes en los patrones de consumo y un contexto geopolítico de alta tensión. Ante esta realidad, es fundamental comprender las causas subyacentes, los riesgos asociados y las estrategias que actores públicos y privados pueden adoptar para garantizar la seguridad alimentaria y mantener la estabilidad del mercado.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) coinciden en sus estimaciones: para la campaña 2025/26, la producción global alcanzará 2.911 millones de toneladas de cereales, un alza del 2,1% respecto al ciclo anterior. Este volumen histórico incluye arroz en equivalente molido y cubre maíz, trigo, sorgo y otros granos gruesos. Por su parte, el consumo mundial se proyecta en 2.898 millones de toneladas, un crecimiento del 0,8%.
Entre los cereal más destacados, se anticipa que el maíz experimente niveles nunca vistos tanto en producción como en consumo, impulsado por la demanda de alimentos, piensos y biocombustibles. Las oleaginosas y los granos gruesos también muestran cifras récord, consolidando su centralidad en el comercio agrícola.
Detrás de estos números, subyacen varios factores que han acentuado la presión sobre los mercados:
Este cóctel de variables ha precipitado una escalada en la demanda, obligando a productores, exportadores y gobiernos a reaccionar con estrategias de largo plazo para asegurar el abastecimiento y contener la inflación alimentaria.
La primavera de 2025 fue testigo de fuertes movimientos en las bolsas de materias primas. En Chicago, la soja se disparó más de 8 dólares por tonelada, cotizando cerca de los 390 USD, tras un informe del USDA y un repentino relajamiento de las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China. El trigo estadounidense, a pesar de una cosecha 3% inferior al ciclo previo, se mantuvo respaldado por inventarios iniciales elevados.
En términos generales, los precios muestran una tendencia al alza sostenida, favorecida por patrones climáticos erráticos y cuellos de botella logísticos. Los exportadores rivalizan por mercados cada vez más competitivos, y la incertidumbre geopolítica añade un componente extra de presión.
El ligero incremento del 1,0% en los stocks globales, hasta 873,6 millones de toneladas, oculta diferencias por cultivo: se prevé un aumento en granos gruesos y un descenso en las reservas de trigo. La relación stock/uso global de cereales se sitúa en torno al 29,8%, un indicador clave para anticipar estabilidad o nuevas crisis de precios si persisten los fenómenos extremos.
Para los países importadores, la magnitud de estas reservas resulta esencial. Un ratio superior al 25% suele interpretarse como holgura suficiente para afrontar periodos de menor oferta, pero la tendencia al debilitamiento de stocks despierta inquietudes sobre la capacidad de respuesta ante nuevas perturbaciones.
Sudamérica ha irrumpido con fuerza: Brasil y Argentina consolidan su posición como principales proveedores de soja, maíz y trigo. Tecnologías de siembra directa, mejora en variedades y ampliación de áreas cultivables explican su crecimiento acelerado. Mientras tanto, Estados Unidos reorienta su modelo, procesando más dentro de sus fronteras y exportando subproductos de mayor valor agregado.
La competencia entre exportadores impulsa innovación en eficiencia logística, transporte fluvial y almacenamiento en frío. Asimismo, surgen alianzas estratégicas entre compañías agroindustriales y entidades financieras, orientadas a optimizar cadenas de valor y mitigar riesgos asociados a las fluctuaciones climáticas y de mercado.
Los mercados agrícolas globales ingresan en una nueva fase de expansión y ajuste, donde coexisten la expansión de volúmenes comercializados y la diversificación de orígenes y destinos. Frente a este escenario, resulta imprescindible adoptar políticas que fortalezcan la capacidad de adaptación y reduzcan la exposición de los más vulnerables.
Estas acciones conjuntas permitirán no solo responder al presente, sino también anticipar desafíos futuros y garantizar un abastecimiento estable en un mundo afectado por el cambio climático.
La conjunción de crecimiento récord en la producción y una demanda impulsada por el cambio climático redefine las reglas del comercio agrícola. Ante esta realidad, productores, gobiernos y empresas deben colaborar para consolidar cadenas de suministro más resistentes y sostenibles. Solo así se podrá traducir este impulso inédito en una oportunidad para fortalecer la seguridad alimentaria y construir un sistema más justo y preparado para los retos del siglo XXI.
Referencias